miércoles, 3 de agosto de 2011
y es que tanta alegría me descalibra
Agradezco tenerlo cerca, me des-centra, me des-ubica, me saca del eje, me hace verme desde arriba, me impulsa desde abajo, me dice que puedo si quiero, me quiere sólo si puedo quererlo, no me presiona, me empuja; no sabe exactamente lo que quiero, pero me acompaña. No necesita que se lo diga, él ya lo sabe; no tiene por qué hacerlo, pero él ya lo hace; no hay necesidad de que lo diga, pero a él le surge. Y lo dice como ningún otro, sin tapujos y sin reservas, lo dice por que quiere decirlo y nada más. Me lo dice a mí, pero bien se lo podría estar diciendo a una flor; me lo dice a mí y sabe cuánto significa. Se despierta con el mismo peso con el que me despierto, y hasta a veces paso el día esperando, una señal de humo. No tiene por qué acudir a mi llamado de indio, y sin embargo llega. Me tranquiliza, como si tomase un té; no lo necesitaba y sin embargo ahora no veo cómo no lo vi. No lo hubiera hecho sin él y probablemente no lo volvería hacer con otro, no me sugirían los planes y no me brotarían de la cabeza ideas pero no por él, sino gracias a él. No estaría donde estoy, más feliz y más plena, si no fuera por el chirlo en la cola que me da a diario. Como una suerte de padre, de compañero, de amante, de amigo. Como una suerte de presión en ciertos puntos que hay que tocar de vez en cuando, como una caricia al cuerpo y al alma, como un regaño despacio pero eficaz, como dándome permiso para saltar al vacío..
viernes, 17 de junio de 2011
Ensayo
Te quiero acá, allá, arriba y abajo. Te quiero por debajo y más cerca, te quiero en muchos planos y te podría querer en más de un universo. Te quiero porque me dejás quererte hasta que se me agota el quiero. Te quiero básicamente porque puedo y debo admitir que sos muy dócil para dejarte querer. No presentás ninguna queja y no oponés ninguna resistencia a la hora de que te quiera. El cuento es corto y ya de por sí querible; de alguna manera u otra lo querés tener. Quererte ya no pasa por si es incondicional o no, eterno o fugaz. Pasa porque te quiero de una a tres los domingos, pasa cuando me atraganto para no gritarte. Te quiero cuando se juntan tus pestañas que parecen muchas y están siempre abiertas para escucharme aunque no diga nada. Te quiero en mis miedos y en mis telarañas de sueño. Te quiero esperando al colectivo y cuando no lo querés esperar, todavía más. Te quiero, por si no lo entendés, hasta en la cotidianidad máxima que -creo yo- es la comida entre los dientes. Te quiero en un balcón, en una silla o en un sillón, te quiero en mi cama. Te quiero todo el tiempo. Te quiero profundo. Te quiero hasta cuando cocinás puré.
Te quiero con música de fondo, te quiero charlando, te quiero inclusive cuando me ponés mute -y eso, se lo permito a muy pocos-. Te quiero ver parado, te quiero mejor cuando te bajás un poco. Te quiero anulado, te quiero colgado de una liana.
Te quiero muy al principio idealizado, te quiero en concreto. Te quiero cuando me llamás y si se puede arreglar. Te quiero a la distancia. Quiero que estés bien todo el tiempo, a pesar de que muchas veces yo no lo esté. Te quiero con todas tus salidas y tus finales. El te quiero hasta me duele. Te quiero no sólo en las buenas sino que me doy cuenta que te quiero muy a pesar de tus malas. Te quiero cuando en realidad debería querer matarte, creo que ahí quiero llegar. Te quiero enfermiza y esquizoideamente, te quiero de mil maneras distintas en un mismo día. Querer es, en general, algo sano. O se supone que así tendría que ser. Pero yo te quiero distinto. Te quiero raro. Te quiero extrañado, te quiero cuando me extrañás. Te quiero aunque sólo me lo reafirmes cuando estás al borde. Te quiero de pijama y de musgo. Te quiero con olor a perro, te quiero cuando me olfateás. Te quiero autoritario o pacífico.
Te quiero borracho y cariñoso. Te quiero hasta sucio, la idea es limpiarnos juntos.
Te quiero puede significar muchas cosas, en mi caso vos.
Te quiero o te quiero, porque la mayoría de las veces no me dejás otra opción.
Te quiero con música de fondo, te quiero charlando, te quiero inclusive cuando me ponés mute -y eso, se lo permito a muy pocos-. Te quiero ver parado, te quiero mejor cuando te bajás un poco. Te quiero anulado, te quiero colgado de una liana.
Te quiero muy al principio idealizado, te quiero en concreto. Te quiero cuando me llamás y si se puede arreglar. Te quiero a la distancia. Quiero que estés bien todo el tiempo, a pesar de que muchas veces yo no lo esté. Te quiero con todas tus salidas y tus finales. El te quiero hasta me duele. Te quiero no sólo en las buenas sino que me doy cuenta que te quiero muy a pesar de tus malas. Te quiero cuando en realidad debería querer matarte, creo que ahí quiero llegar. Te quiero enfermiza y esquizoideamente, te quiero de mil maneras distintas en un mismo día. Querer es, en general, algo sano. O se supone que así tendría que ser. Pero yo te quiero distinto. Te quiero raro. Te quiero extrañado, te quiero cuando me extrañás. Te quiero aunque sólo me lo reafirmes cuando estás al borde. Te quiero de pijama y de musgo. Te quiero con olor a perro, te quiero cuando me olfateás. Te quiero autoritario o pacífico.
Te quiero borracho y cariñoso. Te quiero hasta sucio, la idea es limpiarnos juntos.
Te quiero puede significar muchas cosas, en mi caso vos.
Te quiero o te quiero, porque la mayoría de las veces no me dejás otra opción.
jueves, 19 de mayo de 2011
Achtung
Siempre le resultó una palabra bonita, una linda manera de cuidar el paso, de mantenerse atento. Contaba los días que pasaban y no le resultaban tantos. No creía que le estuviera dando resultados, no buscaba eso. Nunca se había fijado en eso. ¿Por qué empezar ahora? se preguntó más de una vez. Con el tiempo se fue olvidando, dejó de temer por su seguridad. Los recuerdos se pasaban al sepia, cruzaban al otro lado con una balsa. Si su memoria lo traicionaba, alguien lo arrancaba y le recordaba que tenía que quedarse ahí. Así como pasó con los recuerdos empezó a pasar con el tiempo, nunca entendió bien si uno causa del otro o viceversa. Los cuadros favoritos ya no tenían el brillo inicial de las primeras miradas de amor.
confabulacioones en el transporte público.
Después de un rato, la chica suspiró, como exhausta de tanta hipocresía. Los hombres un poco más adelante seguían hablando, con el mismo ritmo y la misma emoción con la que habían subido. Sólo un rato después se miraron con complicidad y bajaron a la noche con luces artificiales. Ya en la calle es otra luz la que reina, domina y somete a los tachos metálicos, los plásticos y los cigarrillos en las alcantarillas. En la calle son otros los que mandan, los principios se tergiversan, mutan y se regeneran en minifaldas negras y corbatas ya cansadas de tanto viernes.
Pero volviendo a nuestro interior. El rengo había manejado de una manera muy elegante su situación y con una agilidad casi de gimnasta ruso -uno rengo, claro está- llegó a los asientos del fondo. (Estoy bastante segura que aún con dos piernas no me hubiera sostenido en pie.)
Los asientos de a uno siempre iguales, siempre de a uno y a la izquierda (me pregunto si en Londres pasará lo mismo, ¿será universal esto del individual?) Y siempre lleno, y ahí se pasa al de los dúos. O desconocidos que, por un tiempo promedio de 30', juegan a las parejas ofendidas. Juego que puede resultar muy divertido si uno no es el protagonista de turno. Una sentadita acá atrás puede inventar las vidas ficticias de tantos otros olvidando por un rato la propia. ¡Una ya casi a punto de dormirse puede reinventar la historia con tanta impunidad!
Y uno piensa, y escribe. Sobre-escribe y re-escribe. Hasta llega a escribir desde abajo. Uno escribe dentro de lo que escribe. También se describe y se adscribe pero ya eso es otro problema.
Cuando te metés en la pared celeste de alguien desde la avenida y le tocás el timbre, teniendo en cuenta el riesgo de que te tomen por loco, para preguntarle el número exacto del color.
No vaya a ser cosa.
Pero volviendo a nuestro interior. El rengo había manejado de una manera muy elegante su situación y con una agilidad casi de gimnasta ruso -uno rengo, claro está- llegó a los asientos del fondo. (Estoy bastante segura que aún con dos piernas no me hubiera sostenido en pie.)
Los asientos de a uno siempre iguales, siempre de a uno y a la izquierda (me pregunto si en Londres pasará lo mismo, ¿será universal esto del individual?) Y siempre lleno, y ahí se pasa al de los dúos. O desconocidos que, por un tiempo promedio de 30', juegan a las parejas ofendidas. Juego que puede resultar muy divertido si uno no es el protagonista de turno. Una sentadita acá atrás puede inventar las vidas ficticias de tantos otros olvidando por un rato la propia. ¡Una ya casi a punto de dormirse puede reinventar la historia con tanta impunidad!
Y uno piensa, y escribe. Sobre-escribe y re-escribe. Hasta llega a escribir desde abajo. Uno escribe dentro de lo que escribe. También se describe y se adscribe pero ya eso es otro problema.
Cuando te metés en la pared celeste de alguien desde la avenida y le tocás el timbre, teniendo en cuenta el riesgo de que te tomen por loco, para preguntarle el número exacto del color.
No vaya a ser cosa.
jueves, 3 de marzo de 2011
Sinécdoque.
Las ganas de tantas cosas pasan por al lado. Es globo de helio, es nube condensada, es momento de nada.
Ahora se acopla, está en el aire y en las ganas de compartirlo. Se mezcla con edificios y con anécdotas. El perfume de tantos otros ya no está más en el colectivo de la mañana.
Por que el condicional no sirve para cerrar los cuentos. Lo increíble de la última línea: decidirse. El salto al vacío se da con un solo impulso. Es calle de Venecia cortada.
No se ata, no quiere atarse. Es todo ya, mañana. ¿Es ahora o nunca? Me pregunto. No me responde. No sé cuándo, pero igual perdí el reloj hace tiempo. Pongámosle color para diferenciarlo, un momento. Que se enteren o no da igual, pienso. Después nos reímos un rato con la mancha de café y con el humo las figuras pierden los bordes. En terreno de sábanas pasa a la inversa. Por todos los equilibristas que se caen, este brindis va por ellos. Rescate al náufrago en el vaso que nunca encendió la bengala. Los reacios de nunca, siguen muriendo por flores en primavera. Y sin embargo las flores no sobreviven el invierno. Jardín de infantes mentiroso, reza por nuestras almas y nos devuelven. Bien por mí, esta vez lo estoy alcanzando. Todo suma, algunas cosas compensan. Parar ahora no tendría sentido. Mirá a Laura sino. Planes entrecruzados, líneas cortadas y diarios vacíos. “Hoy no hice nada” profana, lanzás insultos al sillón por ponerse ahí y estarse tan cómodo en el living. "Puf! cosas inertes!" pienso cuando te veo. Si querés lo hacemos, hoy igual no tenía muchas ganas. No, no, no es por víctima; tampoco por mártir. Es sólo que a veces quiero sonrisas.
Ahora se acopla, está en el aire y en las ganas de compartirlo. Se mezcla con edificios y con anécdotas. El perfume de tantos otros ya no está más en el colectivo de la mañana.
Por que el condicional no sirve para cerrar los cuentos. Lo increíble de la última línea: decidirse. El salto al vacío se da con un solo impulso. Es calle de Venecia cortada.
No se ata, no quiere atarse. Es todo ya, mañana. ¿Es ahora o nunca? Me pregunto. No me responde. No sé cuándo, pero igual perdí el reloj hace tiempo. Pongámosle color para diferenciarlo, un momento. Que se enteren o no da igual, pienso. Después nos reímos un rato con la mancha de café y con el humo las figuras pierden los bordes. En terreno de sábanas pasa a la inversa. Por todos los equilibristas que se caen, este brindis va por ellos. Rescate al náufrago en el vaso que nunca encendió la bengala. Los reacios de nunca, siguen muriendo por flores en primavera. Y sin embargo las flores no sobreviven el invierno. Jardín de infantes mentiroso, reza por nuestras almas y nos devuelven. Bien por mí, esta vez lo estoy alcanzando. Todo suma, algunas cosas compensan. Parar ahora no tendría sentido. Mirá a Laura sino. Planes entrecruzados, líneas cortadas y diarios vacíos. “Hoy no hice nada” profana, lanzás insultos al sillón por ponerse ahí y estarse tan cómodo en el living. "Puf! cosas inertes!" pienso cuando te veo. Si querés lo hacemos, hoy igual no tenía muchas ganas. No, no, no es por víctima; tampoco por mártir. Es sólo que a veces quiero sonrisas.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Mirar el reloj cada veinte minutos. No poder estar con uno mismo ni un rato. Sos todo lo que no querés ser, odiás todo lo que sos, todo lo que te representa, todo con lo que te identifican. En eso que antes encontrabas placer ahora es una secuencia lastimosa de vidrios rotos. Te parece todo tan banal, te hacen comentarios superfluos halagando todo lo obviamente tangible. Un llavero de gente en forma de telaraña. Un mar de plastilina y un cielo de gelatina se funden en el horizonte. Un cementerio de ideas inconexas. Tu negación llega hasta tal punto que vuelve a empezar el círculo y te parás de tu propia mesa. Querés salir de tu cuerpo saboreado y principalmente de tu cabeza que cayó en desuso trágico. Inhumano te querés sentir; o a lo sumo, creés que sos poco humano. No merecés el nombre de Barón que te heredaron. El alma nunca pasó de ser blanca a dorada. Estados no consentidos, no aceptados, que no aparecen en ningún mapa de ningún lugar. Un estado para nada soberano, sin límites, que no se describe en ningún manual de historia. Y así como no se escribió puede desaparecer en cualquier moemento. Venido a menos luego de siglos de auge, caer en decadencia tan rápido, ha sido comprobado, se puede. En una carrera vertiginosa por el salto, la estabilidad (y sobre todo la perspectiva) se pierde.
Motor surreal que todo lo absorbe, todo lo tritura; todo lo transforma. Nada se pierde, nada se puede perder, ¿qué significaría eso sino? ¿que existe un vacío? Que existe otro lugar, ciertamente. Que somos copias imperfectas, grabados incompletos, escenas detenidas. Somos flujo de historias, una canilla abierta de oportunidades fertilizantes. Para entrar aceitados, ya sabiendo, no necesitando a nadie y no queriendo sentir. El azote de los años. De la inmersión y de la inversión. De las invenciones, de las intervenciones. De los atrasos y de la llegada, definitivamente, tarde. Cortina cerrada de sala de teatro. Recámara alquilada. Leche vencida un día después y pañuelos descartables para la neurosis (de moda).
Motor surreal que todo lo absorbe, todo lo tritura; todo lo transforma. Nada se pierde, nada se puede perder, ¿qué significaría eso sino? ¿que existe un vacío? Que existe otro lugar, ciertamente. Que somos copias imperfectas, grabados incompletos, escenas detenidas. Somos flujo de historias, una canilla abierta de oportunidades fertilizantes. Para entrar aceitados, ya sabiendo, no necesitando a nadie y no queriendo sentir. El azote de los años. De la inmersión y de la inversión. De las invenciones, de las intervenciones. De los atrasos y de la llegada, definitivamente, tarde. Cortina cerrada de sala de teatro. Recámara alquilada. Leche vencida un día después y pañuelos descartables para la neurosis (de moda).
Terrazas sin señal
El ruido a océano, a inmensidad está en plena ciudad con audífonos. Fuera de foco, adentro del tiempo. En el único momento que realmente vivimos. No pensamos que vivimos, reflexionamos y palpamos lo que sentimos. Pensamos y sentimos. Pensamos y ya. VIivimos y basta. Todo esto en un segundo de anarquía caótica. Empieza y termina sólo en ese segundo.
Eventualmente acaba y volvemos a pensar que vivimos y vivimos que pensamos.
(en mi defensa debo admitir que estaba muy loca cuando escribí esto, creo que hete ahí la publicación)
Eventualmente acaba y volvemos a pensar que vivimos y vivimos que pensamos.
(en mi defensa debo admitir que estaba muy loca cuando escribí esto, creo que hete ahí la publicación)
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