miércoles, 3 de agosto de 2011

y es que tanta alegría me descalibra

Agradezco tenerlo cerca, me des-centra, me des-ubica, me saca del eje, me hace verme desde arriba, me impulsa desde abajo, me dice que puedo si quiero, me quiere sólo si puedo quererlo, no me presiona, me empuja; no sabe exactamente lo que quiero, pero me acompaña. No necesita que se lo diga, él ya lo sabe; no tiene por qué hacerlo, pero él ya lo hace; no hay necesidad de que lo diga, pero a él le surge. Y lo dice como ningún otro, sin tapujos y sin reservas, lo dice por que quiere decirlo y nada más. Me lo dice a mí, pero bien se lo podría estar diciendo a una flor; me lo dice a mí y sabe cuánto significa. Se despierta con el mismo peso con el que me despierto, y hasta a veces paso el día esperando, una señal de humo. No tiene por qué acudir a mi llamado de indio, y sin embargo llega. Me tranquiliza, como si tomase un té; no lo necesitaba y sin embargo ahora no veo cómo no lo vi. No lo hubiera hecho sin él y probablemente no lo volvería hacer con otro, no me sugirían los planes y no me brotarían de la cabeza ideas pero no por él, sino gracias a él. No estaría donde estoy, más feliz y más plena, si no fuera por el chirlo en la cola que me da a diario. Como una suerte de padre, de compañero, de amante, de amigo. Como una suerte de presión en ciertos puntos que hay que tocar de vez en cuando, como una caricia al cuerpo y al alma, como un regaño despacio pero eficaz, como dándome permiso para saltar al vacío..