Después de un rato, la chica suspiró, como exhausta de tanta hipocresía. Los hombres un poco más adelante seguían hablando, con el mismo ritmo y la misma emoción con la que habían subido. Sólo un rato después se miraron con complicidad y bajaron a la noche con luces artificiales. Ya en la calle es otra luz la que reina, domina y somete a los tachos metálicos, los plásticos y los cigarrillos en las alcantarillas. En la calle son otros los que mandan, los principios se tergiversan, mutan y se regeneran en minifaldas negras y corbatas ya cansadas de tanto viernes.
Pero volviendo a nuestro interior. El rengo había manejado de una manera muy elegante su situación y con una agilidad casi de gimnasta ruso -uno rengo, claro está- llegó a los asientos del fondo. (Estoy bastante segura que aún con dos piernas no me hubiera sostenido en pie.)
Los asientos de a uno siempre iguales, siempre de a uno y a la izquierda (me pregunto si en Londres pasará lo mismo, ¿será universal esto del individual?) Y siempre lleno, y ahí se pasa al de los dúos. O desconocidos que, por un tiempo promedio de 30', juegan a las parejas ofendidas. Juego que puede resultar muy divertido si uno no es el protagonista de turno. Una sentadita acá atrás puede inventar las vidas ficticias de tantos otros olvidando por un rato la propia. ¡Una ya casi a punto de dormirse puede reinventar la historia con tanta impunidad!
Y uno piensa, y escribe. Sobre-escribe y re-escribe. Hasta llega a escribir desde abajo. Uno escribe dentro de lo que escribe. También se describe y se adscribe pero ya eso es otro problema.
Cuando te metés en la pared celeste de alguien desde la avenida y le tocás el timbre, teniendo en cuenta el riesgo de que te tomen por loco, para preguntarle el número exacto del color.
No vaya a ser cosa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me gusta mucho tu manera de escribir.. un beso, guadalupe odiard.
Publicar un comentario