martes, 3 de noviembre de 2009

ergo

Entre lo bueno y lo malo no hay nada. Y si lo hay, es muy poco. Lo que queda indefinido merece no ser mencionado. Y por algo se pierde en el olvido. Entonces, cuando escribo a estas horas de la noche lo bueno o lo malo lo pasé hace bastante. Ya pasó el día, ya también pasó la noche y en el medio no pasó nada. Más que nimiedades y cuestiones triviales para comentar (se está convirtiendo en un terrible diario esto y es lo que más me asusta) no sucedió mucho más.
Pero no debería ser tan importante que me pregunte cómo me fue al llegar como el que me despida bien cuando me voy. Eso haría un día interesante.
Y nada como el día de playa o la intimidad que se puede lograr en el día a día. En las cosas cotidianas. En la mermelada de la tostada. No sé si se entiende, pero juro estar llegando a algo. Al momento en el que se cruzan las miradas y uno sabe que es para el otro. O por lo menos por ese momento y en ese lugar. La mermelada ya se funde en la tostada y una se abre totalmente. Y siente como si fuera la última vez. Y toca como si fuera la primera.
Y llegar a ese grado de contacto, del que no hay vuelta atrás. Que sí, podrá funcionar como no; pero es sabido que no va a ser lo mismo desde ahora en más. Un viaje de ida medio estrafalario.
Ese momento que en una tarde de abril te hace soltar un te quiero en cualquier lugar. Y que en una noche de julio te hace maldecir al que sea que lo haya puesto en tu camino. Pero bueno, tan diverso, tan dispar y tan contradictorio es. Tan dulce y tan amargo que se inventó una palabra para él: "agridulce". Y nada que lo defina mejor.
En sus noches de amigos puede estar encendido y ser lo mejor, mientras que en la intimidad puede tirar una bomba y ni darse por aludido. Puede estar en clima perfecto, 0 grados y la realidad es que es un volcán a punto de estallar. Que te grita y te pide por favor, casi al borde del llanto que te quedes, que él no lo quiso decir así. Y entonces es que es la bestia más dócil y más domada de todas. La ternura más graciosa de todas y la ambivalencia entre cualquier otra cosa. Es que es algo increíble, universalmente épico y en cierta manera bastante repulsivo.
Y muchas de mis experiencias tienen mucho de mí. Que por suerte las experimenté porque sino no sería yo hoy. Porque muchas de mis grandilocuencias hoy no tendrían sentido. Y no me vendrían a la cabeza imágenes u olores que experimenté. Y las experiencias no son más que eso, prácticas para lo próximo. Para lo que esperamos que sea mejor. Para lo que tenemos en vista. Para las fichas que pensamos jugar, tan apasionadamente como las anteriores. Y no haber experimentado todo me deja bastante esperanza.

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