Que para mí está en lo cotidiano. Toda esa grandeza que se busca en muchos lados y pocas veces se encuentra. Está en la camisa manchada, en la puteada rajada, en los silencios que carcomen y en los gustos musicales. Está en cosas tan chicas como qué lado de la cama elegir. Y en cosas tan grandes como cuánto uno está dispuesto a ceder. En las cuestiones más simples, como no acordar en todas las cosas. Pero que hay ciertas pautas básicas que hay que seguir. Y que deberían estar implícitas pero muchas veces no lo están. Está en lo que se busca del día a día. En lo que se respira en el aire y el resto del mundo siente con uno. Con un poco de envidia y con un poco de felicidad (más la última que la primera se recomienda). Está en notas que se dejan y está la mayoría de las veces en dar en la nota. No corretear tanto y dejar un rato los juegos de lado (que para eso va a haber mucho tiempo). Gustarse por los detalles tal como lo son los lunares en las costillas que sólo pueden verse a la luz de la oscuridad. Y está en verlo cada día diferente, por más que esté igual al día anterior. Está en buscarle lo diferente y con eso, la gracia. Está en manifestarse de las mil y una maneras posibles y en la mil y dos sentirlo como la primera. Está en creerse por arriba de cualquiera, y esperar que alguno lo pueda sentir como uno. Estar en esa cima, juntos. Es una cima cotidiana, que no debe sobrepasar el metro veinte de la mesa del comedor. Porque el día que se derrama la mayonesa, ¡hete ahí un problema!
En el chiste de todos los días. En las diferencias que nos unen. En las contraposiciones y en las peleas frente a amigos. En las guerras de la intimidad y en tantas otras cosas más. En poder callarse, aunque sea por una ínfima de segundo y disfrutar del silencio. De estar cómodos en ese silencio porque está el otro y nos sabemos acompañados. En no sentirse juzgados por la mirada del otro. Y en no tener que pensar qué estará pensando, y saberlo mejor. En admitir que el otro es único para uno y ocupar el mismo lugar. En poder gritar si hace falta, que se de cuenta de la importancia. En asegurarse como personas. En no dejar de lado la individualidad. En poder armar una dualidad en base a eso (difícil muchas veces de vencer). En convercerse que no todo está perdido. En dejar que en ese cuadrangular sólo se dispute una batalla por noche. En sentirse mirado por ojos ajenos y reconocerlos como propios. En poder idear en esos mismos ojos una versión mejorada de uno mismo. En entender que no debería ser tan difícil si se intenta. En que hay tantos otros factores que no interesan a la hora y que si interesaran estaría todo *definitivamente* perdido. En que es una cuestión de tiempo y de saber esperar. En que se trata, repito, de domingo de diarios, cafés y no mucho más. En las camisas manchadas, dadas por perdidas desde el principio del texto. En que el fin está mucho más lejos y si se puede, negado. En que mañana va a ser otra aventura. Va a estar también en las peleas, nadie dice que no. Y que va a estar en saber entenderse después. Va a estar en lo que quede de eso, en los restos que probablemente otro tenga que venir a levantar. Va a estar en las grandezas que se buscan que no terminan siendo más que pequeñeces. Va a estar en unas flores de jardín y en tu olor a primavera. Va a estar en tu mirada en ese momento preciso y va a estar de nuevo en cuanta reacción tengas a alguna de mis cagadas. Va a estar en la aprobación. Va a estar una vez más en los gustos y en los disgustos. Va a estar en las cosas que se comparten y las que quedan por enseñarnos. Va a estar en lo sorprendentemente cíclico y productivo que se vuelve. Va a estar en el mañana que no se repite. Va a estar en atardeceres contados con los dedos de un ciempiés. Va a estar en las vueltas que puedas contarle a un caracol. Va a estar en las veces que me peles una manzana.
Va a estar en las veces que de mi amor.
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