sábado, 3 de abril de 2010

D

Cuando decreto que afuera hace frío, mi cama siempre es un buen refugio. Me escondo entre las sábanas y me hago chiquita. Me acurruco entre calores y sonrío. Me reservo de ciertos hechos y peculiaridades, espero la demora, anuncio la denuncia y el día se termina por suerte. Lo mato lenta y tranquilamente, lo miro a los ojos y lo enveneno. Como si no me interesase para nada, el día que viene lo trae la noche. Las horas de la tarde me dejan paralizada, como si no tuviese nada para hacer. Siento la incapacidad en mis huesos, es algo difícil de describir. Pienso en las cosas más triviales y se me hacen pesos fortuitos en los músculos. Decido si voy a comer, o por ahí no. Pero mi fuerza de voluntad no está para nada forjada esos días. La doblego y le pido gentilmente que se retire, que hoy no pase porque..hoy no. Entre lo gótico y lo desgreñado hoy decido dejarme de lado un rato. Creo que va a ser mejor así, no saliendo. Y entonces me convierto en un domingo caminante. Pasivo, con la mente en blanco, mirando desde la ventana cómo siguen todos con sus rutinas diarias. De cualquier modo no me cambia, a no ser que no haga frío.

No hay comentarios: