Estoy pasando por un momento típicamente Sara. Un momento de incertidumbre, indeterminación, que se podría prolongar por varios meses como se podría terminar de definir el fin de semana que viene. Un tiempo en el que los límites se confunden y se trazan líneas con tiza. Cuando las cosas no van del todo bien pero tampoco pueden alinearse con el total mal. En que mi neurosis está a una palabra demás de estallar, en los días que creo que todo vale y que soy imputable. Que la soberbia me arrastra, me lleva lejos y me hace creer que voy a poder sola. Después de un rato me doy cuenta de la locura del plan y me concentro en acaparar cómplices. No quiero amigos en estos días, sólo necesito gente que me diga que sí, que estoy cuerda y que estoy en lo cierto; no necesariamente lo tienen que creer pero por algo les pago. Después una vocecita me dice que me tranquilice y lo vuelva a pensar. ¡Dejo de pagarle de inmediato a estas personas que me están robando la plata! Vuelvo a las amistades, charlas de horas y horas sobre los mismos temas, y hablo sola esperando respuestas monosilábicas, generalmente afirmaciones a no ser que la pregunta que haya hecho sea retórica o haya terminado en un "¿no?". Dentro de las cuales hay momentos que me elevo fuera de mí, miro desde arriba la habitación en un plano picado y me pregunto: ¿qué carajos estoy haciendo? ¿porqué no PARA de hablar Sara?
Después me callo. Cambio a otro tema raudamente. Y por un tiempo vuelvo a ser yo sin tener que serlo, olvidando esa conversación y obviando tantas otras.
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