lunes, 28 de junio de 2010

Av. Libertador

¿Por qué llegan siempre en el peor de todos los putos momentos de la galaxia? nunca un día que están por el barrio y vos bañada. Nunca te tocan el timbre el día que, recién llegada de la peluquería, estás casualmente haciendo nada. Nunca van a las fiestas cuando estás divina a pesar de que habían súper confirmado su asistencia. Nunca te los cruzás de casualidad en la calle cuando estás volviendo de su casa. Mucho menos te lo cruzás con él.
Hacés los planes más maquiavélicos, y meticulosamente planeás todo; nunca termina pasando. Porque el Sr. Destino tiene cosas mejores pensadas para nosotras, aún más macabras de lo que nuestra pequeña cabecita puede llegar a lucubrar en sus mejores estados iracundos.
Siempre llegan cuando estás contenta, con otro y con las cosas que no hablaron más que olvidadas. Vuelven y le dan vuelta al puñal, jurando que va a ser la última vez. Que es la última vez que hablan, que es la última vez que se ven, que no se considera alta traición. Aparece el mail cuando no tenés ganas, reconocés su número en el celular cuando ya lo habías borrado, te lo encontrás fortuitamente cuando no estás preparada. No lo ves con la ropa con lo que lo ves en tu imagen mental cuando pasa, no estás con la actitud que quisieses estar, no se encuentran bajo el contexto que quisieras. Más bien todo lo contrario. A veces es algo medio impuesto, que es muy incómodo al principio y después se van aliviando un poco las tensiones. Otras es la simple, pura y muy puta casualidad que aparece cuando menos la buscás y la esperás horas mientras más la necesitás. Otras intentar forzar las casualidades nos dejan con resultados nefastos, las manos llenas de sangre y la vuelta de la herida que parece ser que no va a cicatrizar más.
Sentimos que sentimos lo mismo que la primera vez, se nos obnubilan los ojos con lo que representaba y nos olvidamos de todos los problemas que nos llevaron a este momento. Nos olvidamos de toda la mierda y sintetizamos en un cuadro de amor solitario todo lo que podríamos haber sido.
Cuando después de saludarte sigo caminando con el pelo revuelto, cara de resaca, amores que me pesan en la cartera y kilómetros que se desgastan; me doy cuenta que sí. Que estuvo bien, que era la manera en que las cosas tenían que pasar y no me queda más que agradecer.

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